lunes, 4 de marzo de 2013

Choco-choco Dulce Cake con florecitas silvestres. Nuestra tarta de aniversario (sobre los votos nupciales y otras historias)

 
 

"Puedo recrearme largamente en esa escena, hasta sentir que entro el espacio del cuadro y ya no soy el que observa, sino el hombre que yace junto a esa mujer. Entonces se rompe la simétrica quietud de la pintura y escucho voces muy cercanas.
-          Cuéntame un cuento- te digo.
-          ¿Cómo lo quieres?-
-          Cuéntame un cuento que no le hayas contado a nadie. "
 
Cuentos de Eva Luna. Isabel Allende
 
 
 
En esto estaba yo pensando mientras esperaba que musa inspiradora se dignase a hacerme una visita.

“Si la musa viene a vernos, que nos encuentre trabajando” solía decir algún artista famoso. Pero lo cierto es que mi hada inspiradora debe cobrar poco o estar en prácticas porque hasta el momento no me ha obsequiado con ninguna genialidad.  -¿Sabes que tengo una tarta pendiente?-  Le increpo a veces. - Venga…va…que mañana tengo que levantarme temprano , llevar a la niña al cole (¿está planchado el uniforme?), vacuna con el peque (¿dónde anda la cartilla sanitaria?!!! Ahhh si…creo, creo que…en el cajón de la entrada, ¿o quizás en el bolso de paseo?) , clase de baile (las castañuelas, importante; no se me puede olvidar ponérselas en el bolsito mañana), deberes (espero que la seño sea benevolente)… -  y mis ojos se rinden al  sueño.
 
Creo que mi hada duerme acurrucada entre las cajas que viven sobre el armario de mi dormitorio. Quizás por eso me resisto a desalojarlas. Allí siguen, desde que nos mudamos hace ya algunos años. Soportando el peso de sus nuevas compañeras…que aumentan con el paso del tiempo. ¿Qué contienen? Casi no sabría decirlo…

Pero allí sigue, ociosa, jugueteando con las musarañas y las pelusas. Dejándose mecer por el viento que se cuela por la ventana. Visitándome de vez en cuando. Cuando todas las luces se han apagado y sólo se oye el quieto respirar de una ciudad que duerme. Susurrándome al oído. Recreándome olores y sabores tan solo pronunciables por sílabas en forma de verso…



Nos divertimos juntas, aunque nunca escribamos tartas ni cocinemos cuentos que pasen de ser algo más que mediocres.






Aquella noche necesitaba una idea. Una gran idea. Se acercaba el día de nuestro aniversario y aún no sabía que tarta iba a regalarle a mi enamorado. A ver, esto no es algo sencillo. El chico tiene unos gustos reposteros bastante peculiares: nada de fondant, ni pasta de flores, ni almíbar y buttercream, la justa y necesaria. Definitivamente me deja sin armas para atajar el problema.



¿Cómo se hace una tarta sin emplear esas cosas? ¿Cómo voy a decorarla?



Recordé algunas historias. Pasajes retenidos en la memoria de los pueblos, en los que el amor y la cocina han paseado de la mano. Es de sobra conocido aquello de que el camino hacia el corazón de un hombre empieza en su estómago… Cocina y romance, las dos orillas que cubre el puente de aquello que llamamos “afrodisíaco” (pero esto es materia de otra entrada)



Recordé la historia de un artista carpintero, llamado Pierre Larquier, cayó enamorado de una guapa cocinera llamada Marie-Amelie Baradat a quien ofreció un obrador como regalo de bodas. Como muestra de su amor, ella le ofreció un pastel que pasaría a la historia como Pastis Landais o Pastis de Amelie, una mezcla entre bizcocho y brioche, con sabor a vainilla y a licor. Su enamorado quedó encantado, y se convirtió en tradición para las siguientes generaciones.



También el nacimiento del Panettone tiene que ver con un romance. Según cuenta la leyenda este postre nació hace más de cinco siglos, alrededor de 1490, cuando un joven aristócrata, Ughetto Atellani de Futi, se enamoró de la hija de un pastelero de Milán. Para demostrarle su amor se hizo pasar por aprendiz de pastelero e inventó un pan azucarado con forma de cúpula a base de frutas confitadas y aroma de naranja y limón. Los milaneses empezaron a acudir en masa a la pastelería a pedir el “pan de Toni”, como se hacía llamar el ayudante, y de ahí viene el nombre de panettone.




Deseaba que mi tarta fuese algo especial; se acercaba peligrosamente el día… y yo no tenía ideas.



Después de dibujar y soñar con decenas de tartas para bodas… me encontraba vacía.




Una tarta… una que nunca le hayas hecho a nadie………


Y sin ideas. Sin ningún trazo sobre el papel. Sin sabores ni colores flotando sobre la almohada… Soñé.



Soñé con la estación de tren donde nos conocimos. La primera vez que estuvimos frente a frente. Aquél primer beso, entre dos extraños, apenas cinco o diez minutos después de habernos conocidos.


- ¿Por qué lo hiciste? – Le pregunté meses más tarde.

 - Porque temía que si no lo hacía en ese momento, podía no tener nunca otra ocasión para hacerlo.





El resultado no fue nada espectacular. Una tarta rica, sin pretensiones. Si de mí hubiese dependiendo no habría escatimado en modelar cientos de flores silvestres en fina pasta de azúcar, flotando sobre una tarta de dos o tres pisos. Con lazos. Me encantan los lazos, de satén, de raso… ¿quizás algo atrevido en tonos cereza? Sí, me hubiese decantado por algo color champán y cereza.



Pero no. A él no le habría gustado.



Nada de fondant. Nada de modelados…


Y así fue. Una modesta tartita de 15 cms (perfecta para dos comensales hambrientos) elaborada con cuatro capas de bizcocho de vainilla, teñido con un degradado color malva. Rellena con una generosa capa de dulce de leche y cubierta por una crema de chocolate intenso. Para decorarla, unas florecitas de mi jardín.




Y no, aunque aceptemos que ese día señalado en el calendario es “el aniversario”, lo cierto es nosotros nunca quisimos pronunciar nuestros votos rodeados de miradas ajenas.


Expuestos


Aceptados


Guiados tan sólo por el prejuicio de responder a la llamada de algo que nada tiene que ver con lo nuestro.



Mis votos, tuyos y míos,

Susceptibles tan sólo de ser oídos por el tacto de aquello que no


tarda en entrelazarse en la oscuridad de la noche

Allí donde no hay que esconderse



Donde nada y todo han sido dichos



Una y mil veces




Y no,

Nunca te diría aquello de hasta que la muerte nos separe

Porque no es cierto

No puedo saberlo, nadie puede, realmente



Pero hoy, sin duda alguna

Sí puedo decirte, sin miedos, sin tapujos

Que si hoy fuese el último día de mi vida

Si tuviese la absoluta certeza de que estos son mis últimos suspiros

Hay algo sobre lo que no dudaría

Si hoy fuese mi último día, quisiera pasarlo contigo



No, no necesito vestidos almidonados para ser a tus ojos la mujer más bella del mundo.


No, no quiero intrincados peinados ni aromas de ninfas, cuando lo más tierno es sentirte acariciarme la melena despeinada, cuando aún no ha despuntado el alba.


No, no quiero fingir ser tu princesa por un día, como en un cuento de hadas.


Ya me siento de ese modo.

Cuando me dejas elegir la peli que veremos por la noche, aunque nuestros gustos toquen los extremos; cuando me das ventaja en el trivial, aunque al final siempre acabe perdiendo; al calentar una pizza en el horno y ofrecerme la mejor de tus cenas…





 
Sí, elegimos hacer las cosas a nuestro modo


Como tan solo nosotros entendemos

Susurrando, suspirando… aquellos votos que escapan a todo lo mundano


Más allá de lo sagrado y lo profano
Tan suave
Titilantes…

que tan solo pudieran oírlo nuestros propios fantasmas.




Para elaborarla, empleé la receta de bizcocho de vainilla que ya he utilizado otras veces (en mi Tarta Romántica de Rosas, por ejemplo) Es un bizcocho sencillo, muy esponjoso y jugoso; tanto que casi casi no necesita almíbar. En este caso lo teñí con colorante morado, buscando el típico degradado de los bizcochos “ombre” , pero no quedé demasiado satisfecha con el resultado. Una cosa es teñir el fondant o la buttercream, que parten de una base blanquecina; y otra, teñir una masa de bizcocho, con ese color de base amarillo dorado que le aporta el huevo. Y claro, la mezcla de amarillo y malva nos devuelve un color azúl-verdoso… quizás abusando de colorante habría conseguido acentuar más el tono…


Las cuatro capas de bizcochos están unidas con una capita generosa de dulce de leche. Lo que nos asegura la continuidad visual del color de los bizcochitos, y está muy muy rica.

Como glaseado, una cremita de chocolate; a medio camino entre la ganaché y la buttercream.






Receta del bizcocho (
Victoria Sponge Cake)

Receta de la Crema de chocolate:

Ingredientes:

- 350 gramos de chocolate para cobertura de buena calidad.

- 175 gramos de mantequilla a temperatura ambiente.

- 60 gramos de azúcar glass.

- 2 cucharadas de nata (mínimo 35% de materia grasa)


Elaboración:
Troceamos el chocolate y lo colocamos en un bol apto para microondas. Lo derretimos, programando unos minutos, a baja potencia. Para evitar que se queme, lo mejor es ir comprobando y removiendo el chocolate cada 10-20 segundos. Una vez está derretido, lo dejamos reposar para que enfríe un poco.

Mientras, preparamos una buttercream. Para ello, colocamos en el bol de la KitchenAid (o con ayuda de una batidora con accesorio de palas) la mantequilla, el azúcar glass y la nata. Batimos a potencia media unos minutos. Subimos la velocidad y dejamos unos tres minutos, hasta que la mezcla aumente de volumen y blanquee.

Comprobamos que el chocolate esté suficientemente frío (para que no nos derrita la mantequilla), pero no cuajado (de lo contrario no podríamos incorporarlo) y lo vertemos poco a poco a la mezcla de azúcar y mantequilla. Batimos unos segundos más, hasta que se haya incorporado por completo.

Ya está lista para emplear.


Montaje de la Tarta:


Recomiendo elaborar los bizcochos un día antes y dejarlos reposar bien cubiertos por film a temperatura ambiente. Al día siguiente los refrigeramos (bien cubiertos por film) un ratito para que nos sea más fácil cubrirlos con la crema sin pelearnos demasiado con las migas.

Pulimos bien los bizcochitos, nivelamos con un cuchillo serrado o una lira, si fuese necesario; más o menos a 3 cms cada uno.

Ponemos el dulce de leche en un cuenco y dejamos unos segundos a potencia media en el microondas, para aligerarlo un poco y que resulte más fácil de untar. Además, esto ayuda a que sea absorbido mejor por el bizcocho. Podemos pincelar los bizcochos con un almíbar de vainilla, sola o con una chispa de licor.

Untamos con cuidado el dulce de leche sobre los bizcochos y vamos disponiendo las restantes capas. Siguiendo el orden de degradado, dejando el bizcocho con el color natural o como más nos guste (si es posible, dejar el bizcocho más perfecto para la capa superior)

 Preparamos la crema de chocolate y envolvemos generosamente nuestra tarta con ayuda de un cuchillo de untar o una espátula. El chocolate endurece muuuy rápidamente, así que no podemos demorarnos demasiado.

 Dejamos endurecer la crema sobre nuestra tarta…. No es necesario refrigerarla, endurece bien a temperatura ambiente.

 Mientras la tarta solidifica, ponemos al microondas (unos segundos a potencia muy muy baja) el recipiente con el resto de la crema de chocolate, que también habrá cuajado. De esta manera conseguimos devolverle su textura fluida (más clarita que la inicial) Volvemos a glasear nuestra tarta con la preparación resultante. Sin cuidar demasiado que resulte muy pulida. En mi caso, no emplee alisadores (que facilitan enormemente la tarea de dejar perfectamente lisa la buttercream) Tan solo la espátula…dejando la tarta con un aspecto rústico, con unas marcas de chocolate descuidadas.

 Dejamos cuajar la crema de nuevo…

 Y ya está lista para decorar. Con unas florecitas, unos banderines artesanales,…






1 comentario:

  1. Preciosa la tarta, sencilla y deliciosa pero sobre todo precioso el texto, cuanto amor... amor puro y básico... Me ha encantado

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